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  • Foto del escritorJudith Navarro Royo

ADOLESCENTES y CUENTOS NARRADOS. UNA REGIÓN PRÓSPERA

Narrar cuentos es una fortuna. A menudo son niños y niñas quienes se amontonan para escucharlos, pero también pueden reunirse personas adultas e incluso, aunque en ocasiones bien escasas, adolescentes. Cuando eso sucede, el tesoro se incrementa notablemente.


Mi abuelo se murió”. Una chica de 14 años pronunció solo estas palabras después de alzar la mano. Ninguna otra. Lo hizo en el aula, rodeada de sus compañeros y tutora, y dirigiéndose directamente a la profesional que les acababa de narrar un cuento tradicional gallego, y a quien tan solo media hora antes aún no conocían. Hacía ya semanas del traspaso, pero la adolescente escogió aquel instante para explicitarlo ante su entorno escolar.


Hay que decir que el cuento que escucharon -vieron, vivieron- les había hecho gritar de espanto y reír alternativamente, y al mismo tiempo abrió las puertas a muchas preguntas, algunas sobre la anécdota del propio texto, la mayoria sin embargo sobre sí mismos, la vida y la muerte. Por tal motivo, la generalidad de ellas no debieron encontrar respuesta esa mañana.


¿No es, de hecho, este el comportamiento esperado de los textos literarios y los efectos que suelen provocar sobre las personas que los leen?


Efectivamente, se trata de aquello que Chambers (1) denomina patrones de relación extra-textuales referentes al propio mundo del lector. La de carácter oral, en tanto que literatura, tiene también la capacidad de conectarnos y acompañarnos en el camino del conocimiento humano, así como en la ruta de exploración de la experiencia estética, etc.


Sabemos que la narración de cuentos es una estrategia muy poderosa para acercar a, y promover, la lectura. A menudo, sin embargo, asociamos el término “cuento”, y la experiencia de contarlos, exclusivamente a niñas y niños -dicho sea de paso- cada vez de más corta edad. Y no es que no defendamos a ultranza la necesidad de dar literatura oral a los más pequeños desde el primer día, sino que abogamos tambén por no negársela a los más crecidos.


Si damos por válida la existencia de dos escenarios (2) fundamentales para la construcción de los hábitos lectores literarios en pequeñxs y adolescentes -escuela y ámbito familiar- podemos fácilmente conjeturar que bien podría tratarse de entornos propicios para la narración oral no solo para los más pequeños. Narrar cuentos en la escuela o en casa nos procura, además, la oportunidad de proseguir con la conversación -guiada o libre- sobre aquello leído, de la misma manera que lo hacemos con el texto literario escrito. No olvidemos la particularidad de la oralidad, de raíz profundamente comunicativa y casi abocada por naturaleza a la conversación (a diferencia de la lectura individual -aunque se dé en compañía-, de carácter eminentemente privada).


De la mano de esta circunstancia, reforzándose mutuamente, camina el hecho que el ámbito escolar es un escenario ideal para adentrarse en la literatura oral entre iguales, es decir, escoltados por compañeros y compañeras junto a quienes se disfrutará del viaje y posteriormente -quién sabe si por mucho tiempo- de la conversación y de un compartir de referentes literarios y culturales.


Así, a través de la narración oral y la posterior conversación literaria estaremos amplificando los marcos de referencia y podremos hacer dialogar los textos, no solo los escritos. ¿No está, de hecho, este planteamiento en sintonía directa con la idea propuesta por Colomer (3) quien sostiene que hay que ofrecer variedad de textos a niñxs y adolescentes, así como un acceso a los clásicos? Los cuentos nos permiten incluso ampliar la mirada, diversificando nuestros cimientos culturales a través de sus variantes o reescrituras literarias.


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“Mi abuelo se murió”. Una chica de 14 años pronunció solo estas palabras...

De esta manera, proveyendo a nuestrxs jóvenes de cuentos narrados, les estaremos dotando de una buena biblioteca de literatura oral, especialmente la de carácter eminentemente tradicional, aunque no exclusivamente. Con ella, se verán doblemente nutridos como lectores por los referentes culturales propios y ajenos, así como por referentes literarios, que no pueden verse desplazados sino reforzados.

Sí, sabemos que la narración de cuentos es una estrategia exuberante de fuerza promotora de la lectura. En el sí de las familias así como en entornos sociales y escolares los cuentos narrados son frecuentes entre los niños y niñas de corta edad. Sin embargo, desaprovechamos su potencial respecto de niñxs más mayores y adolescentes, privándoles de referentes y viajes únicos, más allá del mero entretenimiento.

Busquemos y encontremos entonces los espacios y los momentos, que pueden ser muchos. Demos a los adolescentes aquello que de pleno derecho merecen. La consciencia de que los cuentos narrados también son para ellxs, y nuevas oportunidades de viaje hacia la lectura. Démosles la ocasión de encontrarse con preguntas inesperadas, de tropezar con el descubrimiento de regiones profundas de ellxs mismxs que ayer desconocían, de quedarse sin respuestas a cambio de ganar un montón de preguntas, de poder decir “mi abuelo se murió” como única respuesta a un cuento narrado por una desconocida con fortuna.


 

(1) CHAMBERS, Aidan (2017). Dime. Los niños, la lectura y la conversación. Madrid: FCEE

(2) MANRESA, Mireia (2013). L'univers lector adolescent. Dels hàbits de lectura a la intervenció educativa. Barcelona: Associació de Mesres Rosa Sensat

(3) COLOMER, T. (2008). "La constitución de acervos". A: E. Bonilla; D. Goldin, R. Salaberría (coord), Bibliotecas y escuelas. Retos y desafíos en la sociedad del conocimiento. México: Océano, 378-405


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